La decadente ciudad en que la madre Teresa de Calcuta se ganó los altares ya no es el infierno en la tierra. O por lo menos, no en mayor medida que Bombay o Nueva Delhi. Quien tuvo, retuvo, y Calcuta, antaño la Londres de Oriente, sigue siendo la mejor atalaya a la India británica. Habiendo quedado al margen del despegue económico - tras 34 años de gobierno comunista, la capital de Bengala es una de las grandes ciudades más baratas del mundo. Aliciente al que añade su pátina de capital intelectual del país, cuna de cinco premios Nobel.
En India no hay ciudad más paseable, si el calor húmedo lo permite. Si no, Calcuta cuenta también con el único tranvía del país, además del primer metro. Sin olvidar a los últimos rickshaw,los carritos tirados por hombres, a menudo descalzos y casi siempre más flacos que sus pasajeros. Son en realidad una herencia china, de cuando Calcuta era puerto de embarque del opio con destino a Hong Kong.
Una vez probada la sabrosa comida bengalí, pródiga en pescado, Park Street es el mejor lugar para darse un respiro de especias en restaurantes como Peter Cat, con carta europea. En la misma esquina, el espacioso Fleury´s es el café ideal para un atracón de pasteles. Y más tarde, en Someplace Else - bar del Park Hotel-se puede escuchar a las mejores bandas de rock de India todas las noches.
Antes de eso, acérquese al New Market, un inmenso mercado donde los verduleros se enjabonan frente a su puesto, ataviados con un escueto lunghi.Y para recuperarse, tómese un té con leche por 10 rupias (16 céntimos de euro) en un vaso de barro de un solo uso. Si prefiere el café (9 rupias), vaya al Indian Coffee House, toda una institución de la tertulia bengalí, con una mezcla de estudiantes y marxistas con bigote. Fuera, en College Street, los puestos de libros de saldo se cuentan por docenas.
Las estatuas de Lenin, Marx y Engels no son producto de su imaginación: están a un tiro de piedra del gigantesco Writer´s Building, centro del poder.
Si tiene un capricho pequeñoburgués, siga el dedo de Lenin, que apunta al hotel Oberoi, uno de los mejores de India. O, en dirección contraria, hasta el Floatel, hotel flotante cuyo restaurante ofrece langostas por doce euros, con vistas al Hooghly, un brazo del Ganges.
La digestión puede hacerse en el parque de los Enamorados (5 rupias) que bordea la orilla. Antes de meterse en uno de los barcos que cruza hasta una de las mayores estaciones de tren del mundo, Howrah. El mismo nombre lleva el puente herencia de los británicos, que sigue siendo la construcción de apariencia más moderna de Calcuta. De regreso a la orilla principal, hay que perderse en el trepidante Bara Bazar, antes de recuperar la calma en la iglesia armenia oen las sinagogas sin fieles.
En Calcuta casi no hay turistas, pero hay un montón de cooperantes, que se alojan por pocas rupias en Sudder Street, calle que desemboca en el cajón de sastre del Museo Indio, redimido por uno de los Budas más bellos del mundo.
En la explanada del Maidan se juega al cricket hasta las puertas del Victoria Memorial, inmaculado, no como el templo de Kali, donde cada día se sacrifican cabras. Al lado está el albergue para peregrinos que la madre Teresa reconvirtió para acoger a cien moribundos. Un lugar para despedirse sobrecogido, si no del mundo, sí de Calcuta.
Fuente: La vanguardia
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